domingo, 14 de diciembre de 2008

Parasomnia

En el sueño, se levantaba de la cama. Fuera de la casa el aire parecía muy agitado, revolviendo los árboles del bosque que circundaba la casa. Así no había forma de dormir. La chica se dirigía a la ventana y quedaba absorta con el paisaje del exterior.

Una inmensa arboleda cubría los alrededores de la zona. La casa estaba al pié de una cadena de montañas, en un lugar donde el pendiente no era pronunciado pero estaba cerca de los caminos que cruzaban la cordillera. La luna bañaba suavemente el paisaje dándole un tinte especialmente soñoliento, como si estuviese esperando el momento para despertar.

Entonces decidía salir a fuera de la casa. Se ponía algo de ropa de abrigo porque, aunque la temperatura no fuese baja, el viento soplaba muy fuerte. Salía de la habitación silenciosamente, con miedo de despertar a su hermana gemela que dormía en la de al lado. Llegó a la puerta de salida sin provocar un solo crujido en las viejas escaleras que conducían al piso inferior. Al abrirla, le sorprendió que el viento había parado. Salió y se quedó a un metro del umbral de la puerta. Sin el aire nocturno, la escena desprendía una quietud que ahogaba sus pasos. Los árboles, oscuros, permanecían quietos, observándola. La luz difuminada de la luna le recordaba que todo seguía igual que antes. Con solo dar un paso, la suave brisa de la noche volvió a aparecer, pero no con la furia con la que había soplado cuando estaba en la habitación.
Decidía ir hasta un lago que había a unos minutos andando en dirección a las montañas. Durante el día habían ido muchas veces ella y su hermana, ya desde que eran pequeñas, pero nunca lo había visto de noche. La curiosidad la impulsaba a ver como era ese bello lugar envuelto en las sombras nocturnas.

Empezaba a andar por el sendero que la llevaría al lago. Aunque el rango de visión era muy pequeño, casi podría llegar hasta ahí con los ojos cerrados. El entorno hubiese podido parecer inquietante o un tanto amenazador, pero a ella le parecía justo lo contrario. La calma que reinaba en el ambiente se le contagió.

El paisaje al llegar a su meta no la dejaba decepcionaba. Todo parecía cobrar más realismo que antes en esta parte del sueño. Quizá era porque la luz de la luna era más intensa que antes, a como se reflejaba en las aguas de la laguna o las sombras de los árboles proyectadas en el suelo que parecían coger vida propia. Se sentía en una perfecta sintonía con el paisaje, con todo lo que la rodeaba. Decidía subir por unas rocas que estaban a la orilla, para poder contemplar toda la superficie del agua. Las vistas eran impresionantes, no solo las de el lago, sino de toda la región que podía verse desde el lugar donde se encontraba ahora, y de lo que había más arriba, las estrellas, más brillantes que las que hubiese visto cualquier otra noche en su vida.

De repente sentía muchas ganas de bañarse en el agua del lago, aunque seguramente estaría helada. Bajaba hasta la orilla. Se quitaba los zapatos para notar el suelo contra sus pies. Se desnudaba y, dejando todo atrás en la orilla, entraba poco a poco en el agua, cristalina pero oscura en sus profundidades. Al principio estaba fría pero se iba adaptando a la temperatura. Decidía nadar un poco, lentamente. Iba flotando por la superficie, mirando al cielo, respirando el aire tranquilo de la noche. Una inmensa sensación de paz la invadía, ningún pensamiento la estorbaba.

Poco a poco, se iba hundiendo en el agua. La sensación de estar completamente rodeada por la oscuridad era muy extraña y atractiva. Se fue sumergiendo cada vez más abajo, hasta que decidió que ya era lo bastante profundo, bastante lejos. El primer pensamiento era el de volver a la superficie, pero decidía quedarse un poco más. El tiempo pasaba, pero en lo más profundo el lago no lo parecía. Una parte de sí quería volver a la superficie, pero la otra, fusionada con el exterior, la aplacaba y consolaba, como una madre cantándole a su hija para que pueda descansar en paz. Cuando el aire empezaba a faltarle en los pulmones, apenas se daba cuenta. Perdía el conocimiento poco después y el sueño se desvanecía en la nada de la noche.




Despertó alarmada por el sueño que acababa de tener. Instintivamente, respiraba con una frecuencia mucho mayor a la normal. Aunque en el sueño que acababa de tener no estaba alarmada, solo con pensar en ahogarse en el lago se estremecía y empezaba a notar la falta de aire. El aire de fuera de la casa soplaba con mucha intensidad. Se levantó y bajó a la cocina a beber un vaso de agua, casi costumbre cuando se despertaba en medio de la noche. Después de haberlo llenado, se lo pensó dos veces. Al volver a la habitación le costó volver a conciliar el sueño, aunque después durmió placidamente.

El cadáver de su hermana fue encontrado pocas horas después de la llegada del alba, sumergido en el lago que había cerca de la casa.

martes, 9 de diciembre de 2008

Manifiesto I

Suenan las sirenas por toda la ciudad. Su eco penetrador entra en todas las casas y tiendas para recordar a la población que ha llegado su hora. La hora de la revolución.

La gente deja lo que está haciendo y se dirige hacia el comité central donde recibirá instrucciones sobre las misiones asignadas. El sindicato ha decidido un motivo estándar para la revolución, una como las muchas que estallan en estos tiempos a lo largo del continente. No se reclama nada especial, todo funciona como siempre.

Yo me quedo sentado en el banco donde estaba, en medio de una plaza de la zona antigua de la ciudad. Los edificios son de piedra, antiguos. Un campanario situado en esta plaza preside todo el barrio, con su alta torre gris que parece que vaya a desgarrar el cielo cuando éste roza su punta.

De repente toda plaza ha quedado vacía.

Después del estridente sonido de la alarma ha habido unos pequeños momentos de frenetismo, pero rápidamente los revolucionarios han corrido a esconderse en callejuelas mas pequeñas o preparar sus propias bombas caseras. La gente tiene miedo de salir a la calle por si se encuentra con algún fuego cruzado. Yo lo miro todo desde mi banco, bañado en la indiferencia. Sé que es una actitud muy peligrosa en los tiempo que corren, pero no puedo hacer nada para evitarla.

El silencio no tarda mucho en ser destruido como un objeto de cristal lanzado con furia contra el suelo. Parece que vienen de mi derecha. Las primeras columnas de humo empiezan a asomar por detrás de los edificios.

Ahora son las sirenas y el enorme ruido de los camiones de transporte de tropas. Parece que estos segundo se dirigen a la plaza donde intento disfrutar tranquilamente de una tarde de otoño (un enclave, por cierto, que podría considerarse de un valor estratégico elevado). El transporte resulta ser de la segunda división de la luna negra revolucionaria. El camión se detiene delante de las puertas de la iglesia. Una decena de hombres, vestidos de forma sencilla y equipados con rifles baratos, desciende del camión y entra en la iglesia.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Sala de Espera

Te encuentras en un banco de madera, de aspecto viejo y cansado. La habitación es cuadrada, con las paredes blancas. Lámparas azules, cuadradas, proporcionan una luz ligeramente azulada a la sala. En el suelo solo hay unas baldosas negras, simples. En cada pared hay dos puertas excepto en la que hay detrás de tí. El banco, paralelo a esta pared sin puerta, casi tocándola.

No recuerdas haber estado nunca en esa sala. De hecho, si te hubiesen preguntado por que puerta habías entrado, no hubieses podido decir cuál era. No tienes ningún recuerdo concreto de lo que estabas haciendo antes de encontrarte en la habitación, pero tampoco importa.

En un instante en que has parpadeado ha aparecido gente en la habitación, sentada en el banco. A tu derecha hay una anciana, de pelo blanco y mirada triste. Lleva un bastón sin el que, seguramente, tendría problemas para moverse. A tu izquierda está una pareja, de unos cincuenta años, con ropa informal y aspecto algo más alegre. Aún más a la izquierda se halla un joven, con un abrigo negro, gafas, de aspecto pensativo. Nunca has visto a ninguna de estas personas, y nunca has estado aquí.

Te levantas e intentas hablar con el chico mas joven, de la izquierda. Esta sentado con la mirada clavada en una de las puertas de la pared de enfrente, perdida.

— Hola.

El joven no reacciona. De hecho, no parece ni haber advertido tu presencia. Sigue mirando, fijamente, a la puerta cerrada. Le pasas la mano por delante de los ojos sin obtener reacción alguna.

Te acercas a la pareja, que habían iniciado una conversa sobre temas triviales que no te habías molestado en seguir. Quizá deberías.

— ¡Buenos días!— Sonrisa falsa.

La pareja calla, se giran y cada uno mira a los ojos del otro. Parece que se pierdan entre sus miradas, como hace el otro chico con la puerta.

La anciana se te ha quedado mirando, cosa que te empieza a poner nervioso. Te acercas a ella. Vuelves a sentarte donde estabas al principio, a su lado, y miras directamente a la mujer, que te ha seguido con la mirada todo el rato.

—Perdón… ¿Sabe usted porque estamos aquí?—

Su pequeñas pupilas se clavan en tus ojos y notas como si pudiera ver a través tuyo. La sensación es angustiosa y te apartas, hasta cierto punto indignado. Te sigue con la mirada. Esto aumenta tu nerviosismo. ¿Porqué está esta gente aquí contigo?

Pasado un rato, la mujer anciana deja de mirarte para centrarse en la puerta. Te sientes un poco aliviado y vuelves a inspeccionar a tu alrededor. Ahora, ambos miembros de la pareja están mirando también hacía la puerta. El joven también, como al principio. Decides imitar a toda la gente. Quizá esta a punto de aparecer alguien para aclarar la situación. Quizá no. Pero sobretodo, no quieres ver ninguna otra cosa de la habitación.

Pero no pasa nada salvo el tiempo. El nerviosismo vuelve a aumentar. Nadie se mueve, no pasa nada. Parece que hayas llegado a un misterioso punto del espacio donde todo es estático.
Un ruido detrás de la puerta atrae rápidamente tu atención, por lo desesperadamente que lo estabas esperando. Quizá es real, quizá no. Pero te decantas por pensar lo primero. El ruido es el de una llave haciendo girar el resorte que abre la puerta.

Se abre. En su umbral aparece un hombre vestido de negro, con traje. Lleva un curioso sombrero, como de copa pero más pequeño que de costumbre. Su expresión es seria, aunque te cuesta distinguir alguna actitud en su cara. Sea de lo que sea, debe ser un auténtico profesional.
El hombre dice tu nombre. Te levantas y miras alrededor. Tus compañeros de sala te miran con la misma fiereza con la que antes devoraban la puerta. Te das cuenta de ello. Dejan de centrar su atención en ti y la centran en la figura que hay delante de la puerta.

— Te estábamos esperando— dice el hombre.
— O yo a usted—, murmuras entre dientes.

El hombre se da la vuelta y sale por donde ha venido, dejando la puerta abierta, en una clara invitación para franquearla. Más allá de ella no se ve nada.

Te acercas a la puerta, dispuesto a cruzarla. Te das la vuelta y miras a los moradores de la habitación. Todos te miran a ti, o miran a la puerta, o miran al conjunto porque ya es lo mismo. Sientes una mezcla de compasión y enfado hacia ellos.

Les das la espalda, cruzas el umbral y cierras la puerta detrás de ti.

martes, 16 de septiembre de 2008

Crimson

La casa está silenciosa. Una voz rompe la quietud de la noche.

— ¡Déjame! ¿Por qué no te vas?
— Ya me gustaría, pero bien sabes que no puedo.
— Cállate por lo menos. No dejas que me concentre.
— Sin mí no serías nada. Tienes suerte de que te diga lo que tienes que hacer a cada momento. Ya te gustaría a ti concentrarte, hacer algo por tu cuenta.
— No sigas así. Siempre te las das de importante, pero sin mi no eres nada. Podría eliminarte en cualquier momento.
— Eso es lo que te gustaría creer. Dependes de mí.
— ¡Estoy harto de que interfieras en mis decisiones!
— ¿Tus decisiones? ¡Ahí es donde esta el fallo! Se trata de nuestras decisiones. Hasta que no te des cuenta que estamos en esto juntos, nunca vamos a llegar a ningún sitio.

El primer hombre se adelanta e intenta golpear al segundo con un puñetazo directo a la cara. El espejo se rompe en centenares de fragmentos que, por un momento, quedan suspendidos en el aire, para caer en el siguiente instante como una fina lluvia, creando finísimos tajos en la mano agresora, ensangrentada. El sonido de los cristales llegando al suelo crea un etéreo matiz que inunda toda la habitación.

— Ya te lo he dicho, con la violencia no lograrás nada. Será mejor que te sientes, te calmes, y lleguemos a algún acuerdo.
— Esto no quedará así. Otra vez, me has subestimado.
— Diría que es mutuo.

El hombre abandona la sala del espejo. Sale a un pasillo estrecho, oscuro, con muebles viejos cubiertos con sábanas. Sigue recto hasta el final, donde hay un balcón. Aparta la cortina. En la puerta, reflejado en los paneles de cristal, se lo vuelve a encontrar. Su mirada es interrogativa, y la expresión, severa. Abre la puerta y sale a fuera. El tiempo es tormentoso. La luna está oculta entre las nubes y una fina lluvia parece que caiga directamente desde ella. Abre la mano, manchada de sangre, para recibirla.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Into the void

Noto todo el cuerpo entumecido. Me cuesta trabajo abrir los ojos por culpa de unas luces cegadoras que no paran de aparecer y desaparecer, acosándome. La droga debía haber hecho su efecto, me decía a mi mismo. Al pensarlo, el corazón empieza a acelerarme. Intento moverme, pero tengo las extremidades atadas. Estoy tumbado en una especie de camilla, brazos y piernas en cruz, inmovilizado.

Cálmate.

Me obligo a mi mismo a tranquilizarme e intento despejar la mente, tarea que me parece muy dura en ese mismo momento, porque mis sentidos, probablemente aumentados y mal interpretados por mi cuerpo, están tomando constantemente mi atención. No puedo centrarme porque el simple sentimiento de la atadura es como si fuese mi mente la que está atada, sin movimiento posible.

Mira.

Tardo, pero me voy acostumbrando al torrente de sensaciones que recorren mi cuerpo. Los flash de luz se van sucediendo de forma rápida, sin hacer nada más que molestar mi capacidad de concentración, pero poco a poco voy acostumbrándome a ellos. Ahora puedo abrir los ojos y explorar a mi alrededor, todo lo que mi limitada capacidad de visón puede ofrecerme, que es la más absoluta nada.

Grita.

El sonido de mi voz crea un profundo eco que va aumentando, rebotando y volviendo a mí, invadiendo todos los rincones de la habitación, como la luz de la mañana penetra el párpado y se clava en lo más profundo de nuestros ojos, solo para recordarnos que no hemos terminado. De repente, me siento rodeado de mi mismo.

Espera.

Pero el eco no cesa, al contrario, sigue aumentando en intensidad. Sin saber como, la voz se va transformando, o quizá siempre fue así, pero ahora me doy cuenta que no es mía. Esa voz intenta llenarme, me invade, y yo se que no se lo voy a permitir.

Lucha.

No es suficiente. Si no fuera porque estoy atado, diría que el cuerpo no hubiese respondido. Y en parte, es una suerte que no pudiese comprobarlo, porque no hubiese ayudado en ningún aspecto. El eco de esa voz ya no está aumentando, sino que está cambiando. Las luces ya no son anárquicas; parece que estén siguiendo la voz. Se acercan a mis ojos. Ahora no puedo cerrarlos.

Resiste.

Poco a poco, las luces van estabilizándose. No solo eso: se van juntando. Se han centrado. Un solo punto flotando a una distancia indeterminada. Error. El haz de luz apunta directamente hacia mi ojo izquierdo, cegándolo. Noto como, poco a poco, va desapareciendo campo de visión, y el ojo va quemándose. Quizá el dolor tendría que haberme inundado, pero el persistente eco de mi voz inunda mi mente como un anestésico, aturdidor. Ahora, poco a poco va moviéndose hasta apuntar al otro ojo. El campo de visión es ahora solo pura luz. Me inunda. Me invade.

Muere.

La luz se apaga. El eco desaparece. Mi cuerpo se difumina.

¿Dónde estás?

martes, 5 de agosto de 2008

Estrellas

Al despertar de tan largo sueño, la oscuridad del lugar no me permitió al principio ver lo que me rodeaba. Me sentía inmóvil, petrificado, como si no me hubiera movido durante siglos. No notaba nada cerca de mí, como si estuviese colgando en medio de un vacío inexistente, creando una sensación de completo abandono. Esperé pacientemente a que algo sucediese.

Poco a poco, una luz ensordecedora fue apareciendo, difuminada e inestable, mostrando los objetos que me rodeaban y que ahora pasaban a existir, convenciéndome que había un suelo debajo mío. Pude sentir unos árboles de un color desconocido, a medio camino entre el verde usual y un lila desmejorado, gastado, creando una estampa completamente estática y solemne, que aunque no podría asegurar que captase por los sentidos, yo sabía que ahí estaba. Continué explorando mi entorno a la búsqueda de algo que me resultara conocido, que me ayudara a orientarme, sin obtener resultado alguno; pero fue de esa forma que me di cuenta que ya podía mover la cabeza, y así lo hice, provocando un orgánico crujido que me obligo a parar. Mientras, burlonas me miraban las estrellas, danzando al son del tiempo en un círculo perfectamente incompleto.

Sumido en reflexiones, yo mismo me notaba extraño. Lo que al principio me pareció un cuerpo, aunque no humano (quizá porque era costumbre mío tener uno), fue desvaneciéndose hasta fundirse con el entorno, siendo una simple presencia en ese extraño paisaje; no notaba los ordinarios límites del espacio y simplemente estaba ahí: existía. Esa sensación me resultó no extraña sino terrible, monstruosa, y al principio tenía miedo de la falta de mi mismo, de perderme entre la oscuridad absorbente que notaba que quería atraparme para siempre en aquellas regiones remotas. Concentré mis sentidos y mi razón en una estrella que me observaba encima mío, fija, concreta y estable, pero notaba como empezaba a desprenderme y me difuminaba. Me sentía desamparado y necesitaba volver a mi realidad, volver a lo concreto, los hechos, las formas y los fines: quería volver a el sueño estable del que me había despertado quién sabe que astro burlón.

Mientras me daba cuenta que no me quedaba mucho tiempo de existencia, intenté recordar como se sentía uno en el sueño de la realidad, pero no había forma de hacerlo, solo unas vagas imágenes acudían ante mí. Me sentía solo, como si me hubiese abandonado a mi mismo; como si todo el universo estuviera girando a mi alrededor, me desvanecía en este torbellino precipitándome hacia su origen. Mis recuerdos salieron disparados de él y sacudieron mi consciencia; hubiese dicho que ya estaba llegando pero, ¿Cómo estar seguro de ello?

lunes, 4 de agosto de 2008

El arco

Aquel día no tenia porque haber sido distinto a los demás; de hecho, no iba a serlo. Si no te hubieses entrometido, ahora estarías en un anden esperando el tren de las diez y veinte minutos, sin sospechar nada de lo que pudo haber ocurrido.

La lluvia empezó a caer a medianoche. Fue entonces cuando me desperté; ¿llevabas mucho tiempo esperando ya? No importa. Ya sabes que no me gusta estar quieto cuando no puedo dormir, y es por eso que me levanté a dar una vuelta por la casa. Parecía más siniestra de lo habitual, y los relámpagos hubiesen podido pararme si no hubiese estado acostumbrado a ellos. En medio de la inmensidad de la noche, estar encerrado en esa casa me parecía asfixiante; eso explica mejor que decidiera salir a fuera, ¿no?

Me puse el abrigo en un acto puramente reflejo, porque no me parecía que fuese a hacer demasiado frio. Si te digo la verdad, no pensaba demasiado en ese momento; me movía más por un instinto primario que por cualquier otra cosa. Esa fuerza que nos hace desplazar, movernos, evitar el peligro; muchas veces parece que podamos controlarla, pero anoche no pude - por más que lo intentase.

Al salir, dejé la puerta abierta (he notado que tu la cerraste después, un detalle por tu parte). La niebla ocultaba gran parte del bosque, no se veía nada a más de unos metros, pero yo ya me lo conocía como la palma de mi mano. El camino del este parecía adecuado para mis propósitos. La lluvia era ahora más fina, aunque el cielo seguía tan tapado por nubes como en las peores horas de la tormenta. Fue más o menos en este momento que me dí cuenta que me seguías, porque el ruido de tus pisadas se hubiese oído aunque no hubiese caído ni una gota. Todos los animales estaban en silencio, tu lo sabes muy bien. Fueron más prudentes que tu.

No hace falta que te recuerde todo el camino que hicimos, ni aún menos como nos encontramos (estuvimos andando en círculo, pero dudo que te dieras cuenta). Acabamos en ese pequeño claro al que tantas veces habíamos ido de niños; ahora la situación era, evidentemente, distinta. Ya no caía ni una gota de lluvia, y la niebla había empezado a dispersarse. El reflejo de la luna en los charcos me pareció de lo más tranquilizador en ese momento, y me empujó a recordar. En el estado en que estábamos anoche, si no hubiese sido por esa visión refrescante, no hubiese recordado nada. Y tu tampoco.

Enseguida lo ví en tus ojos: te había movido la misma fuerza que a mí. Había una sombra de inquietud en ellos, no sabías lo que te pasaba; es normal, porque era tu primera noche en esas circunstancias. Enseguida me di cuenta de que no acababas de entender lo que pasaba. Debo confesarte que yo tampoco.

Digo esto porque quiero que entiendas que lo que pasó entonces no fue ni tu culpa, ni la mía. Nosotros no fuimos más que marionetas, y nunca mejor dicho. Tu nunca lo hubieses sospechado; yo si lo hice, aunque no hasta tal extremo. Era inevtibale. Se que las explicaciones no te devolverán todo lo que perdiste y, estés donde estés, espero que lo entiendas. Te perdono todo lo que me hiciste, y espero que tu hagas lo mismo.

Dejame pedirte algo. Se que te acabas de despertar y todo resultará muy confuso; las manchas te refrescarán enseguida la memoria. Y espero que lo hagan muy bien, porque sino, estoy perdido. Ayer por la noche enterraste algo que me pertenece, y no puedo recordar al pié de que árbol fue. ¿No parece extraño? Pues lo es. Cuando te hayas recuperado, tendrás que ayudarme a encontrarlo y llevarme hasta él. Luego podrás volver a casa y seguir con tu vida perfectamente normal; pero, después de lo de anoche, es lo mínimo que tienes que hacer para quedar en paz.

Diles que yo me quedaré una temporada en la casa del bosque, cosa que no es del todo incierta. No quiero que se preocupen. Y tu, ahora, debes mirar adelante. Si en cualquier momento se te ocurriera mirar hacia atrás – hacia aquí, concretamente – estoy seguro que una cálida y protectora niebla va a asegurarse que nada malo te pase. Pero es mejor no llegar hasta ese punto.


Cuando encuentre el árbol volveré a ser uno y podré marcharme ya, como un arco de luz, como una estela de vapor, hacía el firmamento. Por favor, ¿Al pié de que árbol enterraste mi arco?

Coil

La madre lleva un traje negro y un gran sombrero de paja que oculta sus ojos. Acaba de darse cuenta que su hija no esta jugando en el jardín como ella suponia, y sus huellas en el barro fresco indican que ha tomado el sinuoso sendero que cruza el bosque. Asustada y sin mirar atrás, se lanza a su búsqueda.

La niña va vestida de una forma casi idéntica a su madre. Mientras estaba jugando en el jardín, ha sentido el terrible impulso de entrar en el bosque, cosa que ha hecho sin oponer resistencia alguna. Al principio ha ido por el camino, pero más tarde ha decidido ir por fuera de éste (que aburrido, ¡siempre era igual!). No se ha fijado en que el sol había ya empezado su descenso en el firmamento.

Cada vez hay menos luz, y la madre empieza a estar seriamente preocupada. Ahora parece que las huellas salen del camino hacia la izquierda, por un lugar que parece elegido al azar. Segura ya de que no debe volver, decide arriesgarse y seguir entre la maleza. Empieza a gritar el nombre de su hija, con toda su alma, pero ni una hoja se conmueve ante la escena.

Algún lugar la reclama, y no parece que esté demasiado cerca. La niña no responde ya a la razón, porque si lo hubiese hecho, se hubiese dado la vuelta e hubiera echado a correr. Algo la retiene; no hay marcha atrás. Solo adelante. Siempre adelante.

Ya está muy lejos del camino y no solo duda de que encuentre a su hija, sino de que logre encontrar el camino de vuelta. La vegetación es cada vez más densa y queda poco rato de luz solar; debe admitirlo, quedan pocas esperanzas.

Los árboles se van retorciendo por encima de su cabeza y toman extrañas formas. Sea así el bosque o sea sólo dentro de su cabeza, es muy inquietante. Parece que el sol ya ha huido, y la pálida cara de la luna se esconde detrás de alguna nube. Un paso sigue a otro; y así hasta que no haya más tierra que pisar. La niña sigue avanzando.

“¡Párate! ¡Párate y grita con todas tus fuerzas!” Cuando quieren, los árboles pueden ejercer de barrera sonora mucho mejor de lo que uno podría suponer. Pero esto, claro está, no lo sabe una madre desesperada en el corazón de un oscuro bosque.

A cada paso que da, el bosque se vuelve menos opresivo. Al poco rato, puede ver la luna por encima de las copas de los árboles, y su luz en cascada la despierta del ensueño. Ahí mismo vé un camino y, sola como está en medio de ese bosque, decide seguirlo. La niña ya no sabe como ha llegado hasta ahí.

Ahora ya no importa como volver, piensa la madre, sino encontrar a la hija. Las estrellas brillan fuertemente, y parece que ha reencontrado sus huellas en un camino que no conocía del bosque. Empieza a seguirlas, acelerando el paso todo lo que su deteriorado cuerpo le permite. Si la cacería dura mucho más, tendrá que reposar antes de poder seguir.

El camino ha llevado a la pobre chiquilla al borde del bosque. Justo al lado, todo son campos de algún tipo de cereal comestible. En el punto mismo donde se funden el bosque y el campo encuentra un libro negro, mohoso, tirado en el suelo. Lo recoge, curiosa, y lo abre con cautela.

Un poco más adelante del camino se ve como acaba el bosque y puede ver, al final del camino, la silueta de su hija sosteniendo algo que parece pesado, como un libro. Echa a correr, pero cuando llega donde le había parecido verla, encuentra un libro negro, mohoso, tirado en el suelo. A partir de ese punto, los pasos han desaparecido.

La sombra de la niña se ha ido corriendo, por los campos, bajo la protectora luz de la luna.

domingo, 3 de agosto de 2008

El vagabundo

Hoy he despertado, y no estaba en casa. No estaba en mi ciudad. No sabía donde estaba. ¿Acaso era extraño?

Llevo lo que parecen ya 14 siglos perdido en un laberinto, buscando el hilo que me pueda sacar de aquí. Solo que seguramente este hilo no existe, con lo que mi búsqueda es a todas luces infructuosa. Cuando parece que me estoy acercando a la conclusión de tan triste historia, todo lo que hay a mi alrededor se deforma y altera, creando un nuevo paisaje con el que familiarizarme. Me ha pasado tantas veces que si aún no he llegado al final, es que no existe.

Todo empezó una noche que podría ser cualquiera, porque ella también se ha perdido en el laberinto de las horas. Lo primero que recuerdo es estar en un palacio de ópalo negro, creado en lujoso detalle, pero abandonado por el tiempo mismo. Una luna roja presidía la escena mientras otra luna, blanca, intentaba destronarla sin resultado. Ahí fui proclamado rey de todos los reinos y hacedor de todo lo hecho, y estuve muy satisfecho con ello, y cumplí muchos de mis deseos siempre con miedo a que un terrible rayo de luz me despertara, aunque poco a poco ese miedo se transformo en su opuesto, porque me di cuenta que ese rayo se haría esperar demasiado.

Poco a poco, el tiempo me fue dando la razón.