domingo, 14 de diciembre de 2008

Parasomnia

En el sueño, se levantaba de la cama. Fuera de la casa el aire parecía muy agitado, revolviendo los árboles del bosque que circundaba la casa. Así no había forma de dormir. La chica se dirigía a la ventana y quedaba absorta con el paisaje del exterior.

Una inmensa arboleda cubría los alrededores de la zona. La casa estaba al pié de una cadena de montañas, en un lugar donde el pendiente no era pronunciado pero estaba cerca de los caminos que cruzaban la cordillera. La luna bañaba suavemente el paisaje dándole un tinte especialmente soñoliento, como si estuviese esperando el momento para despertar.

Entonces decidía salir a fuera de la casa. Se ponía algo de ropa de abrigo porque, aunque la temperatura no fuese baja, el viento soplaba muy fuerte. Salía de la habitación silenciosamente, con miedo de despertar a su hermana gemela que dormía en la de al lado. Llegó a la puerta de salida sin provocar un solo crujido en las viejas escaleras que conducían al piso inferior. Al abrirla, le sorprendió que el viento había parado. Salió y se quedó a un metro del umbral de la puerta. Sin el aire nocturno, la escena desprendía una quietud que ahogaba sus pasos. Los árboles, oscuros, permanecían quietos, observándola. La luz difuminada de la luna le recordaba que todo seguía igual que antes. Con solo dar un paso, la suave brisa de la noche volvió a aparecer, pero no con la furia con la que había soplado cuando estaba en la habitación.
Decidía ir hasta un lago que había a unos minutos andando en dirección a las montañas. Durante el día habían ido muchas veces ella y su hermana, ya desde que eran pequeñas, pero nunca lo había visto de noche. La curiosidad la impulsaba a ver como era ese bello lugar envuelto en las sombras nocturnas.

Empezaba a andar por el sendero que la llevaría al lago. Aunque el rango de visión era muy pequeño, casi podría llegar hasta ahí con los ojos cerrados. El entorno hubiese podido parecer inquietante o un tanto amenazador, pero a ella le parecía justo lo contrario. La calma que reinaba en el ambiente se le contagió.

El paisaje al llegar a su meta no la dejaba decepcionaba. Todo parecía cobrar más realismo que antes en esta parte del sueño. Quizá era porque la luz de la luna era más intensa que antes, a como se reflejaba en las aguas de la laguna o las sombras de los árboles proyectadas en el suelo que parecían coger vida propia. Se sentía en una perfecta sintonía con el paisaje, con todo lo que la rodeaba. Decidía subir por unas rocas que estaban a la orilla, para poder contemplar toda la superficie del agua. Las vistas eran impresionantes, no solo las de el lago, sino de toda la región que podía verse desde el lugar donde se encontraba ahora, y de lo que había más arriba, las estrellas, más brillantes que las que hubiese visto cualquier otra noche en su vida.

De repente sentía muchas ganas de bañarse en el agua del lago, aunque seguramente estaría helada. Bajaba hasta la orilla. Se quitaba los zapatos para notar el suelo contra sus pies. Se desnudaba y, dejando todo atrás en la orilla, entraba poco a poco en el agua, cristalina pero oscura en sus profundidades. Al principio estaba fría pero se iba adaptando a la temperatura. Decidía nadar un poco, lentamente. Iba flotando por la superficie, mirando al cielo, respirando el aire tranquilo de la noche. Una inmensa sensación de paz la invadía, ningún pensamiento la estorbaba.

Poco a poco, se iba hundiendo en el agua. La sensación de estar completamente rodeada por la oscuridad era muy extraña y atractiva. Se fue sumergiendo cada vez más abajo, hasta que decidió que ya era lo bastante profundo, bastante lejos. El primer pensamiento era el de volver a la superficie, pero decidía quedarse un poco más. El tiempo pasaba, pero en lo más profundo el lago no lo parecía. Una parte de sí quería volver a la superficie, pero la otra, fusionada con el exterior, la aplacaba y consolaba, como una madre cantándole a su hija para que pueda descansar en paz. Cuando el aire empezaba a faltarle en los pulmones, apenas se daba cuenta. Perdía el conocimiento poco después y el sueño se desvanecía en la nada de la noche.




Despertó alarmada por el sueño que acababa de tener. Instintivamente, respiraba con una frecuencia mucho mayor a la normal. Aunque en el sueño que acababa de tener no estaba alarmada, solo con pensar en ahogarse en el lago se estremecía y empezaba a notar la falta de aire. El aire de fuera de la casa soplaba con mucha intensidad. Se levantó y bajó a la cocina a beber un vaso de agua, casi costumbre cuando se despertaba en medio de la noche. Después de haberlo llenado, se lo pensó dos veces. Al volver a la habitación le costó volver a conciliar el sueño, aunque después durmió placidamente.

El cadáver de su hermana fue encontrado pocas horas después de la llegada del alba, sumergido en el lago que había cerca de la casa.

martes, 9 de diciembre de 2008

Manifiesto I

Suenan las sirenas por toda la ciudad. Su eco penetrador entra en todas las casas y tiendas para recordar a la población que ha llegado su hora. La hora de la revolución.

La gente deja lo que está haciendo y se dirige hacia el comité central donde recibirá instrucciones sobre las misiones asignadas. El sindicato ha decidido un motivo estándar para la revolución, una como las muchas que estallan en estos tiempos a lo largo del continente. No se reclama nada especial, todo funciona como siempre.

Yo me quedo sentado en el banco donde estaba, en medio de una plaza de la zona antigua de la ciudad. Los edificios son de piedra, antiguos. Un campanario situado en esta plaza preside todo el barrio, con su alta torre gris que parece que vaya a desgarrar el cielo cuando éste roza su punta.

De repente toda plaza ha quedado vacía.

Después del estridente sonido de la alarma ha habido unos pequeños momentos de frenetismo, pero rápidamente los revolucionarios han corrido a esconderse en callejuelas mas pequeñas o preparar sus propias bombas caseras. La gente tiene miedo de salir a la calle por si se encuentra con algún fuego cruzado. Yo lo miro todo desde mi banco, bañado en la indiferencia. Sé que es una actitud muy peligrosa en los tiempo que corren, pero no puedo hacer nada para evitarla.

El silencio no tarda mucho en ser destruido como un objeto de cristal lanzado con furia contra el suelo. Parece que vienen de mi derecha. Las primeras columnas de humo empiezan a asomar por detrás de los edificios.

Ahora son las sirenas y el enorme ruido de los camiones de transporte de tropas. Parece que estos segundo se dirigen a la plaza donde intento disfrutar tranquilamente de una tarde de otoño (un enclave, por cierto, que podría considerarse de un valor estratégico elevado). El transporte resulta ser de la segunda división de la luna negra revolucionaria. El camión se detiene delante de las puertas de la iglesia. Una decena de hombres, vestidos de forma sencilla y equipados con rifles baratos, desciende del camión y entra en la iglesia.