lunes, 17 de noviembre de 2008

Sala de Espera

Te encuentras en un banco de madera, de aspecto viejo y cansado. La habitación es cuadrada, con las paredes blancas. Lámparas azules, cuadradas, proporcionan una luz ligeramente azulada a la sala. En el suelo solo hay unas baldosas negras, simples. En cada pared hay dos puertas excepto en la que hay detrás de tí. El banco, paralelo a esta pared sin puerta, casi tocándola.

No recuerdas haber estado nunca en esa sala. De hecho, si te hubiesen preguntado por que puerta habías entrado, no hubieses podido decir cuál era. No tienes ningún recuerdo concreto de lo que estabas haciendo antes de encontrarte en la habitación, pero tampoco importa.

En un instante en que has parpadeado ha aparecido gente en la habitación, sentada en el banco. A tu derecha hay una anciana, de pelo blanco y mirada triste. Lleva un bastón sin el que, seguramente, tendría problemas para moverse. A tu izquierda está una pareja, de unos cincuenta años, con ropa informal y aspecto algo más alegre. Aún más a la izquierda se halla un joven, con un abrigo negro, gafas, de aspecto pensativo. Nunca has visto a ninguna de estas personas, y nunca has estado aquí.

Te levantas e intentas hablar con el chico mas joven, de la izquierda. Esta sentado con la mirada clavada en una de las puertas de la pared de enfrente, perdida.

— Hola.

El joven no reacciona. De hecho, no parece ni haber advertido tu presencia. Sigue mirando, fijamente, a la puerta cerrada. Le pasas la mano por delante de los ojos sin obtener reacción alguna.

Te acercas a la pareja, que habían iniciado una conversa sobre temas triviales que no te habías molestado en seguir. Quizá deberías.

— ¡Buenos días!— Sonrisa falsa.

La pareja calla, se giran y cada uno mira a los ojos del otro. Parece que se pierdan entre sus miradas, como hace el otro chico con la puerta.

La anciana se te ha quedado mirando, cosa que te empieza a poner nervioso. Te acercas a ella. Vuelves a sentarte donde estabas al principio, a su lado, y miras directamente a la mujer, que te ha seguido con la mirada todo el rato.

—Perdón… ¿Sabe usted porque estamos aquí?—

Su pequeñas pupilas se clavan en tus ojos y notas como si pudiera ver a través tuyo. La sensación es angustiosa y te apartas, hasta cierto punto indignado. Te sigue con la mirada. Esto aumenta tu nerviosismo. ¿Porqué está esta gente aquí contigo?

Pasado un rato, la mujer anciana deja de mirarte para centrarse en la puerta. Te sientes un poco aliviado y vuelves a inspeccionar a tu alrededor. Ahora, ambos miembros de la pareja están mirando también hacía la puerta. El joven también, como al principio. Decides imitar a toda la gente. Quizá esta a punto de aparecer alguien para aclarar la situación. Quizá no. Pero sobretodo, no quieres ver ninguna otra cosa de la habitación.

Pero no pasa nada salvo el tiempo. El nerviosismo vuelve a aumentar. Nadie se mueve, no pasa nada. Parece que hayas llegado a un misterioso punto del espacio donde todo es estático.
Un ruido detrás de la puerta atrae rápidamente tu atención, por lo desesperadamente que lo estabas esperando. Quizá es real, quizá no. Pero te decantas por pensar lo primero. El ruido es el de una llave haciendo girar el resorte que abre la puerta.

Se abre. En su umbral aparece un hombre vestido de negro, con traje. Lleva un curioso sombrero, como de copa pero más pequeño que de costumbre. Su expresión es seria, aunque te cuesta distinguir alguna actitud en su cara. Sea de lo que sea, debe ser un auténtico profesional.
El hombre dice tu nombre. Te levantas y miras alrededor. Tus compañeros de sala te miran con la misma fiereza con la que antes devoraban la puerta. Te das cuenta de ello. Dejan de centrar su atención en ti y la centran en la figura que hay delante de la puerta.

— Te estábamos esperando— dice el hombre.
— O yo a usted—, murmuras entre dientes.

El hombre se da la vuelta y sale por donde ha venido, dejando la puerta abierta, en una clara invitación para franquearla. Más allá de ella no se ve nada.

Te acercas a la puerta, dispuesto a cruzarla. Te das la vuelta y miras a los moradores de la habitación. Todos te miran a ti, o miran a la puerta, o miran al conjunto porque ya es lo mismo. Sientes una mezcla de compasión y enfado hacia ellos.

Les das la espalda, cruzas el umbral y cierras la puerta detrás de ti.