jueves, 8 de enero de 2009

Revolver

— ¿Algunas últimas palabras? Siempre se tiene la impresión de que van a ser mas importantes que las otras.

El frío acero del arma tocaba mi nuca y la helaba, presagiando la muerte que pronto canalizaría. No era tan impersonal como a mucha gente le hubiese gustado creer, pues se acercaban mis últimos momentos, y eso no puede serlo para nadie.

Le había visto desde bastante distancia, sentado en un banco de la gran calle. Debían ser casi las 4 de la noche y yo volvía de una de mis noctámbulas rondas por la ciudad, una entre tantas otras. Al principio no era mas que una mancha borrosa, que más tarde pasó a ser un hombre y, al acercarme más, un hombre que me esperaba. Me senté a su lado, pero tampoco estaba muy seguro de que decirle.

— A todos nos toca, o eso dicen todos.
— Así es— Dijo es un tono de voz algo burlón— Todos dicen eso.
— No me lo esperaba ahora mismo, la verdad.
— ¿Alguna objeción especial?
— No, ninguna.

Nos quedamos sentados en el banco durante bastante rato, sin hacer más que ver pasar las hojas empujadas por el viento matinal. Las nubes iban cruzando el cielo que, lentamente, fue ganando en los tonos rojizos que advertían de una próxima aparición de la mañana. Él no parecía que fuese a dar el primer paso, cosa que me parecía normal también. Había venido por mí. Mucha gente necesitaba mucho tiempo para hacerse a la idea. Yo no era de esos, pero esa mañana me pareció tan bonita que creí que valía la pena aplazar la ejecución el tiempo que hiciese falta.

— Se esta portando usted muy debidamente— me dijo pasado un rato— A veces es muy difícil aceptar su situación.
— No crea que fue fácil. Lo único que pasa es que yo ya llevaba la lección aprendida. ¿Y usted?
— No tengo ninguna por aprender.

El silencio volvió a rodear el banco. Casi nadie cruzaba por delante y, quién lo hubiera hecho, seguramente hubiera pensado que ambos estaban dormidos, absortos en sus pensamientos como estaban.

Cuando ya quedaba realmente poco para el amanecer, y oscuros tintes rojizos empezaban a invadir el frío cielo invernal, decidí dar el paso.

— Estoy listo.
— Me parece muy buen— fue su única respuesta.

Ambos nos levantamos. Me puse de frente a él.

— Por detrás— dijo secamente.

Me di la vuelta, dándole la espalda. Sacó lo que después ví que era un revólver, que parecía bastante antiguo, pero debía funcionar bien para el trabajo. Apoyó el cañón en mi nuca. Estaba frío.

Decidí que no tenía nada especial por decir en mi último momento, y supongo que esbozó una irónica sonrisa, aunque nunca lo sabré. El gatillo debía ir bastante duro, porque hizo un sonido muy seco al ser accionado. No debía faltar entonces demasiado para que la bala atravesara mi nuca y se clavara en lo más profundo de mi olvido. El sonido el disparo nos envolvió, el proyectil había empezado su camino.

El cuerpo del hombre se desplomó. Me giré y yacía en el suelo, boca arriba. Un charco de sangre se formaba debajo de su cabeza. El arma seguía en su mano, había caído junto a él.

Tanteé mi nuca en busca de algún rastro de herida, pero no había ninguno. Baje al lado del pistolero para examinarle y ahí estaba, lo que parecía una herida de bala en la parte posterior de su cuello. Le comprobé el pulso, pero para aquel entonces ya estaba muerto.

Me levanté y seguí mi camino, mientras el débil sol de la mañana hacía un último esfuerzo para empezar a asomarse sobre el horizonte de edificios de la ciudad. No olvidé el contacto del frío acero del revolver en mi nuca durante mucho tiempo.