jueves, 23 de abril de 2009

Descenso

Después de meses sin verla, la puerta había regresado. La ví en el mismo lugar que la última vez, entre la puerta del lavabo y la cocina. La típica puerta de ascensor azul con una ralla vertical, con un cristal ahí al medio, de un palmo de ancha. La verdad es que destacaba mucho en medio de una casa, con sus puertas normales que nada tenían que ver con la apariencia industrial de esa puerta intrusa. Al lado había un botón, bastante sobresaliente, con una flecha hacia abajo dibujada, y un panel que indicaba si el ascensor estaba en movimiento. Y, a juzgar por el ruido de la maquinaria que llegaba de detrás, lo estaba.

Poco a poco el ruido del ascensor fue aumentando hasta parar en seco, justo al otro lado de la puerta. A través del vidrio en la puerta se vió como llegó el ascensor al piso y se abrieron las puertas del interior. Enseguida abrí la puerta y miré hacia dentro: estaba vacío. Como la última vez. Una luz parpadeante, cansada, me dio la bienvenida. Entré del todo y deje que se cerrara la puerta detrás de mí. El panel de botones estaba en la pared de la izquierda. A la altura de mis hombros empezaban dos columnas de botones redondos, como el de fuera de la puerta del ascensor, y se iban sucediendo a lado y lado hasta llegar al suelo (incluso diría que un botón quedaba cortado por la mitad).

No me dio tiempo a decidir qué botón apretar, porque, como dándose cuenta que no sabía que hacer, el ascensor se puso en marcha. Las puertas chirriaron y se cerraron. Con una fuerte sacudida y un gran estruendo, el ascensor empezó a bajar. No me preocupaba mucho, puesto que las anteriores veces había sido igual; no sabía a que piso iba, no hacía falta. A través de las ventanitas, donde normalmente pueden verse los pisos pasar uno detrás de otro, ordenadamente, no se veía nada. La más profunda oscuridad. Como descender por la noche, o la nada. Si no fuera por el ruido y la brusquedad del mecanismo, me hubiera dado la sensación que estábamos quietos.

El ascensor empezó a frenar. Esta vez sí pude ver como llegaba a la destinación. El ascensor aterrizó suavemente, esta vez, como complacido. Había cumplido su misión. Abrió sus puertas, orgulloso, y salí de él. Estaba en una habitación muy pequeña, un pasillo, con la única iluminación proveniente de la parpadeante luz del ascensor. Seguí adelante, donde había una puerta doble de madera pesadamente cerrada. El picaporte estaba ya viejo: apoyé mi mano sobre él abrí la puerta lentamente. Al otro lado había un pasillo de las mismas características que la otra parte: paredes blancas, como de mármol, aunque la oscuridad las volvía sombrías. Una alfombra granate cubría el suelo hasta donde se extendía la vista, aunque no llegué a comprobarlo porque enseguida topaban los ojos con una luz, adelante en el pasillo. La luz de un candelabro. Fui andando pos el pasillo, acercándome a ella. Agarrado al candelabro había un hombre, o quizá era al revés; poco importa. Me acerqué y le reconocí. La última vez que le había visto había sido en similares circunstancias.

— Buenas noches, Nihl.

— Buenas noches —sonrió. Una sombra de pesimista sorpresa cruzó su rostro— Ya llevamos mucho rato esperándote. Ven, estamos donde siempre.

Le seguí por el pasillo un buen rato. Puertas y mas puertas se iban sucediendo a izquierda y derecha, sin que hubiera al parecer ningún tipo de diferencia entre ellas. Yo nunca había sabido cuál era la puerta a la que nos dirigíamos, siempre era él el que me llevaba ahí, y a la vuelta yo solo tenía que volver hasta el ascensor.

Paró delante de la puerta adecuada. Sacó una llave del bolsillo derecho de su pantalón y, en un solo movimiento, abrió la cerradura y empujó la puerta. Dentro de la habitación ya había luz, candelabros puestos sobre muebles y cajoneras a lo largo de las paredes de la habitación. El mobiliario era bastante anticuado. Justo enfrente de la puerta, que estaba en medio de una pared de la habitación, había un sofá y dos butacas alrededor de una baja mesita. Detrás, un escritorio cubierto de papeles —había escrito en él muchas veces. Seguramente algunos de esos papeles habían sido míos. A los lados y detrás del escritorio, estanterías con libros, libros y más libros, con una enorme ventana en medio que daba a un cielo sin estrellas. El elemento mas característico de la sala sería, seguramente, que no tenía techo. Las paredes se levantaban tan altas como la vista podía llegar a contemplar, o, en su defecto, las velas podían llegar a iluminar.

Apoyada en la mesa estaba una muchacha cuyo rostro ocultaban las sombras. Se acercó a la puerta y, mientras venía, cogió una bonita rosa que había en un jarrón lleno de agua encima de la pequeña mesita del medio de la habitación. Al llegar a donde estábamos nosotros, me la dio. Se marchitó en mis manos. Me miró a los ojos. Su mirada era triste. Se dio la vuelta y fue a sentarse a una de las butacas. Nihl la siguió con el candelabro, que dejó en la mesita. Tomó asiento en el sofá. Sin prisa, dejé la rosa marchita sobre el mueble a la izquierda de la puerta. Fui hasta la ventana de detrás del escritorio. Me hubiese gustado abrirla, pero no había ningún mecanismo que lo permitiera. Me conformé con contemplar lo que había más allá del cristal — nada — antes de darme la vuelta y decidirme a ocupar el sillón vacío.

— ¿Por donde lo habíamos dejado?

lunes, 13 de abril de 2009

Retorno / Recurrencia de la Dama

Toque de la nada
Abrazo de vacío
Beso de la dama
Descanso del alma

Solo yo y la luna
En jardín silencioso
La tierra y la bruma
Guardan mi reposo

Toque de la aurora
Abrazo de la tierra
Beso de la luna
Descanso del alma