martes, 9 de diciembre de 2008

Manifiesto I

Suenan las sirenas por toda la ciudad. Su eco penetrador entra en todas las casas y tiendas para recordar a la población que ha llegado su hora. La hora de la revolución.

La gente deja lo que está haciendo y se dirige hacia el comité central donde recibirá instrucciones sobre las misiones asignadas. El sindicato ha decidido un motivo estándar para la revolución, una como las muchas que estallan en estos tiempos a lo largo del continente. No se reclama nada especial, todo funciona como siempre.

Yo me quedo sentado en el banco donde estaba, en medio de una plaza de la zona antigua de la ciudad. Los edificios son de piedra, antiguos. Un campanario situado en esta plaza preside todo el barrio, con su alta torre gris que parece que vaya a desgarrar el cielo cuando éste roza su punta.

De repente toda plaza ha quedado vacía.

Después del estridente sonido de la alarma ha habido unos pequeños momentos de frenetismo, pero rápidamente los revolucionarios han corrido a esconderse en callejuelas mas pequeñas o preparar sus propias bombas caseras. La gente tiene miedo de salir a la calle por si se encuentra con algún fuego cruzado. Yo lo miro todo desde mi banco, bañado en la indiferencia. Sé que es una actitud muy peligrosa en los tiempo que corren, pero no puedo hacer nada para evitarla.

El silencio no tarda mucho en ser destruido como un objeto de cristal lanzado con furia contra el suelo. Parece que vienen de mi derecha. Las primeras columnas de humo empiezan a asomar por detrás de los edificios.

Ahora son las sirenas y el enorme ruido de los camiones de transporte de tropas. Parece que estos segundo se dirigen a la plaza donde intento disfrutar tranquilamente de una tarde de otoño (un enclave, por cierto, que podría considerarse de un valor estratégico elevado). El transporte resulta ser de la segunda división de la luna negra revolucionaria. El camión se detiene delante de las puertas de la iglesia. Una decena de hombres, vestidos de forma sencilla y equipados con rifles baratos, desciende del camión y entra en la iglesia.

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