lunes, 4 de agosto de 2008

Coil

La madre lleva un traje negro y un gran sombrero de paja que oculta sus ojos. Acaba de darse cuenta que su hija no esta jugando en el jardín como ella suponia, y sus huellas en el barro fresco indican que ha tomado el sinuoso sendero que cruza el bosque. Asustada y sin mirar atrás, se lanza a su búsqueda.

La niña va vestida de una forma casi idéntica a su madre. Mientras estaba jugando en el jardín, ha sentido el terrible impulso de entrar en el bosque, cosa que ha hecho sin oponer resistencia alguna. Al principio ha ido por el camino, pero más tarde ha decidido ir por fuera de éste (que aburrido, ¡siempre era igual!). No se ha fijado en que el sol había ya empezado su descenso en el firmamento.

Cada vez hay menos luz, y la madre empieza a estar seriamente preocupada. Ahora parece que las huellas salen del camino hacia la izquierda, por un lugar que parece elegido al azar. Segura ya de que no debe volver, decide arriesgarse y seguir entre la maleza. Empieza a gritar el nombre de su hija, con toda su alma, pero ni una hoja se conmueve ante la escena.

Algún lugar la reclama, y no parece que esté demasiado cerca. La niña no responde ya a la razón, porque si lo hubiese hecho, se hubiese dado la vuelta e hubiera echado a correr. Algo la retiene; no hay marcha atrás. Solo adelante. Siempre adelante.

Ya está muy lejos del camino y no solo duda de que encuentre a su hija, sino de que logre encontrar el camino de vuelta. La vegetación es cada vez más densa y queda poco rato de luz solar; debe admitirlo, quedan pocas esperanzas.

Los árboles se van retorciendo por encima de su cabeza y toman extrañas formas. Sea así el bosque o sea sólo dentro de su cabeza, es muy inquietante. Parece que el sol ya ha huido, y la pálida cara de la luna se esconde detrás de alguna nube. Un paso sigue a otro; y así hasta que no haya más tierra que pisar. La niña sigue avanzando.

“¡Párate! ¡Párate y grita con todas tus fuerzas!” Cuando quieren, los árboles pueden ejercer de barrera sonora mucho mejor de lo que uno podría suponer. Pero esto, claro está, no lo sabe una madre desesperada en el corazón de un oscuro bosque.

A cada paso que da, el bosque se vuelve menos opresivo. Al poco rato, puede ver la luna por encima de las copas de los árboles, y su luz en cascada la despierta del ensueño. Ahí mismo vé un camino y, sola como está en medio de ese bosque, decide seguirlo. La niña ya no sabe como ha llegado hasta ahí.

Ahora ya no importa como volver, piensa la madre, sino encontrar a la hija. Las estrellas brillan fuertemente, y parece que ha reencontrado sus huellas en un camino que no conocía del bosque. Empieza a seguirlas, acelerando el paso todo lo que su deteriorado cuerpo le permite. Si la cacería dura mucho más, tendrá que reposar antes de poder seguir.

El camino ha llevado a la pobre chiquilla al borde del bosque. Justo al lado, todo son campos de algún tipo de cereal comestible. En el punto mismo donde se funden el bosque y el campo encuentra un libro negro, mohoso, tirado en el suelo. Lo recoge, curiosa, y lo abre con cautela.

Un poco más adelante del camino se ve como acaba el bosque y puede ver, al final del camino, la silueta de su hija sosteniendo algo que parece pesado, como un libro. Echa a correr, pero cuando llega donde le había parecido verla, encuentra un libro negro, mohoso, tirado en el suelo. A partir de ese punto, los pasos han desaparecido.

La sombra de la niña se ha ido corriendo, por los campos, bajo la protectora luz de la luna.

1 comentario:

out of breath dijo...

La sombra y la luna, la hija y su madre.